La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, trajo a estas tierras un nuevo concepto. El derecho a la comunicación. No descubrimos la pólvora, era una idea que muchos antes venían pergeñando. Tuvimos la iniciativa, dimos el debate, desarrollamos la estructura, tuvimos los votos, tuvimos la ley. Pero no cambiamos el concepto, no en la praxis.
Siempre que escribo, me cuesta pensar desde que lado lo hago, me cuesta situarme como comunicadora sin pensar en la militante y viceversa. Pero en esta ocasión lo hace fácil ser una activa militante de la comunicación. Aunque me encuentro carente de muchos de los conocimientos formativos que abundan en colegas, compañeros y amigos, no dejo jamás de expresar mi punto de vista, a sabiendas de que todos los puntos de vista, pueden enriquecer los contextos políticos, de una forma u otra.
Volviendo al concepto inicialmente citado, el derecho a la comunicación, como logro implica también la responsabilidad de todos los factores involucrados. De los medios, de la sociedad, de los dirigentes y claro, del Estado. Porque el reconocimiento formal de este nuevo derecho debe traer aparejado un nuevo modo de comunicarse. Términos como “la gente en la calle”. “los pasillos”, “por ahí se dice” y demás, son claros ejemplos de que no estamos comunicándonos, sino que vivimos surcando las olas de la especulación sin tener casi nunca la certeza de lo que estamos diciendo o escuchando.
Las redes sociales se volvieron un factor clave para entender que la comunicación entre las personas necesitaba reactivarse (como verán, yo pienso que nos acerca más de lo que nos aleja, como creen otros). Llevamos mucho tiempo siendo hablados, y todo nuevo proceso nos da cierta libertad, pero luego el mercado (o capitalismo o monstruo del placard, como lo quieras llamar) nos acomoda otra vez en el adoctrinamiento de creer que somos libres sin serlo del todo. Los ‘90 nos dejaron golpeados, sí. Pero ahora tenemos en mano una herramienta importante que antes no teníamos. Ya pasamos los 90, los vivimos, como pueblo digo. No podemos ser tan inocentes de volver a creer que porque vino un gobierno a destrozar todo, la gente va correr a buscarnos como quien vuelve con el ex, olvidando todo porque lo ama aunque en realidad lo vas a fletar en dos semanas cuando te acuerdes porque lo fletaste.
Necesitamos un fuerte proceso auto-crítico, de crecimiento, de madurez y de reflexión, como sociedad y como movimiento político que ha dejado una década ganada pero con las clavijas flojas en cuanto a su relación con la sociedad. Una sociedad que en gran parte (demasiado grande para los tiempos que corren) puede creer masivamente las falacias casi nunca probadas que regurgitan y repiten constantemente los medios corporativos. Ahora bien, dejando para después el análisis de la otra parte que apasionadamente tiene la visión contraria, pensar delicadamente porqué eso continua pasando es imperioso, previo a una nueva estrategia política. Ojo, sin pecar de Duran Barba, analizar los mensajes y necesidades inmediatas de la población, no es un error y menos cuando uno tiene buenas intenciones, como creo que las tuvo y tiene el Proyecto Nacional y Popular que entró dando zancadas de esperanza en el 2003.
Más allá del discurso recurrente de la inseguridad, la inflación, esto y lo otro, la crisis comunicacional es la gran clave de porque el anterior gobierno no puedo hacerle entender a la población, que las medidas eran (en su gran parte) las acertadas, las mejores posibles, las destinadas a distribuir (de una vez y por fin) las riquezas entre los que menos tienen y fomentar el desarrollo soberano del país.
Implantar democráticamente esta nueva lógica de que la comunicación es un derecho, debe también cambiar la lógica en la relación con los medios. El Estado, los gobiernos, los dirigentes, aun llevan adelante una relación comercial con los mismos, se paga pauta, se alquilan espacios, se hacen “discrecionales” convenios publicitarios, tanto para campaña como para difusión de los actos de gobierno. He aquí, la madre de las contradicciones entre el nuevo concepto de la comunicación como derecho y la comunicación como negocio, como producto que se adquiere.
Seguramente, darle un marco estructural desde el Estado a esta cuestión es difícil, puede ser que no se haya entendido o no se haya alcanzado a realizar una verdadera institucionalización de la comunicación en la Argentina, como derecho. Como la educación, la salud, la cultura, etc. Como todo aquello que el Estado está obligado a garantizar, pero que la ciudadanía ya tiene naturalizado como derecho adquirido. Con todas las falencias o carencias que tenga el sistema, hay que perder el miedo a la des-privatización de la comunicación. No hablo aquí de un nuevo sistema monopólico estatal. ¿Te imaginas en manos de este gobierno algo así? Hablo de aquel muchas veces mencionado y repetido “empoderamiento”, al que yo le encuentro similitudes con aquel “el pueblo quiere saber”. Pero ahora la cosa es así, el Pueblo debe saber. Es su derecho. Nosotros le dijimos que lo tenía, pero no se lo garantizamos bien. Esa es la cosa, ¿vio?
El momento que vivimos y la agonía que atraviesa la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual nos duele a muchos pero tal vez podamos transformar este proceso en una nueva oportunidad para acercarnos desde el llano a comunicarnos entre nosotros. Entender que la comunicación en sus formas populares, en los lugares más recónditos de la Patria, la auto-gestión, los mecanismos cooperativos, y maneras más sencillas de informar pueden ser la clave para que le demos con la “honda” al Goliat corporativo que maneja la cabeza de gran parte de la sociedad.
Los días que nos esperan serán cada vez más difíciles a la hora de saber dónde estamos parados. Las medidas económicas que favorecen a la concentración nos tienen que encontrar preparados como colectivo, con nuestras diversidades y disensos, pero estableciendo una estrategia nueva de comunicación. De abajo hacia arriba, logrando que todo lo que necesite saberse, se sepa de una forma u otra. Con los medios que tenemos y con nuevas modalidades de articulación entre las estructuras gubernamentales que aun subsistan con este mismo pensamiento que defendemos y queremos que vuelva. Pero tiene que ser la sociedad misma la que logre romper esos blindajes mediáticos, y los dirigentes aprender que si desde adentro no se pudo habrá que intentarse desde afuera, desde abajo y con pequeños pasos que afiancen definitivamente a la comunicación como un derecho.